Un jurado encerrado en una sala decidirá si un muchacho acusado de matar a su padre es culpable o no. Si como consecuencia de su veredicto será ejecutado o liberado. Hay dos testigos (prueba directa) que aseguran haber visto al muchacho; una mujer, en el momento mismo del asesinato; y un anciano, instantes después, cuando el muchacho se daba a la fuga. Al muchacho le encontraron la navaja con la que al parecer asesinó a su padre, y su coartada no es nada sólida. Dice haber ido al cine, pero no recuerda ningún dato de la película, y lo peor de todo es que nadie lo vio (prueba indirecta).
Al parecer, el caso es simple. Analizada la prueba globalmente, en conjunto o por paquete, el muchacho es culpable. De hecho hay once miembros del jurado que piensan que lo es, pero hay otro que tiene dudas. No las sabe explicar bien, pero considera que debe discutirse el caso. Así empieza una trama, ambientada en un solo cuarto, sin efectos especiales, ni gran escenografía, pero que seduce de principio a fin, sobre la única base de argumentos.
La película siempre está en los primeros lugares de las listas sobre cine jurídico. Ha sido analizada desde varias perspectivas. A mi criterio, su riqueza está en la valoración de la prueba y su justificación. Temas como la inferencia probatoria, la valoración individualizada y conjunta de la prueba, las máximas de la experiencia, los problemas de percepción e interpretación de los hechos, el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación, los defectos en la motivación, las reglas de la sana crítica, entre otros, confluyen en la trama de una manera natural; lejana del Derecho, su lenguaje y las poses de abogados que todo lo complican, porque lo complicado cuesta más.
La obra ahora la tenemos en el teatro, con un buen elenco. Así que jueces, abogados, estudiantes de Derecho y gente normal, les diré, citando al jurisconsulto Melcochita (un cómico peruano, para mis lectores extranjeros), NO VAYAAAN!!